lunes, 27 de febrero de 2006

VUELA SIN PASAPORTE


LA QUE VUELA es una historia que nació de la seríe de acontecimientos que fueron uniendo la vida de muchos, si tuviera que explicar el origen de esta historia empezaría por decir que el poeta argentino Oliverio Girondo escribió un poema titulado: NO SE ME IMPORTA UN PITO, en el cual describe las maravillas de amar a una mujer que vuela y la desgracia que resulta perderla. Después Eliseo Subiela filmó la película EL LADO OSCURO DEL CORAZÓN en donde el protagonista mientras declamaba este poema tirado en su cama continuaba la busqueda por esta mujer de unica cualidad: volar. En México Blas Valdez escribió un cuento incluido en su libro RESTOS DEL CORAZÓN (http://blasvaldez.com) titulado LA QUE VUELA, basando su titulo en esa cualidad de aquella película y de aquel poema, este cuento llegó a mi como un regalo de Blas por haber escrito un comenatario a otro de sus libros, me gustó tanto el regalo y me gusta tanto el cuento de LA QUE VUELA que lo adapté para realizarlo como un cortometraje en el que las coincidencias continuaron...


NO SE ME IMPORTA UN PITO


No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que
pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas
y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos
una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.


Oliverio Girando

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