Domingo diescinueve de septiembre del año dos mil diez, hace veinticinco años que un terremoto devastó mi ciudad, en la que nací, en la que vivo y en la que si todo sale bien, también me voy a morir. Esta ciudad horrenda que todos padecen, hermosa cuando la miras desde una esquina donde nadie te ve y donde a nadie le estorbas, una ciudad en donde parece que vivimos todos, los ricos, los más ricos, los pobres y los más pobres, una ciudad sobre un lago, azteca, española, mexicana, de todos y de nadie.
Con ese terremoto se terminaron las historias de muchos, se transformaron la de varios y la de otros como yo, solamente siguieron su curso.
Ya no es jueves diescinueve de septiembre, el calendario ya no presume su mil novecientos ochenta y cinco y tampoco es la hora de ir a la escuela. Yo no tengo 6 años y casi siete meses, ni mi uniforme azul con franjas rojas y blancas en el cuello, porque ese día ya estaba listo para ir a la escuela primaria, pero solo se me ocurrió correr y abrazar a mi hermana, hasta que la puerta de la recámara se abrió y pudimos salir.
Ese día estaba aprendiendo a escribir, comenzaba a conocer las letras, mi maestra era Leticia Tula García y mi escuela la Primaria Niño Jesús Guarneros, clave 21027, mis amigos eran Suzzete Alcantara Franco, Omar Sánchez Ballesteros, Adrián Hernandez Arredondo, Inga Alicia Díaz Gonzalez, Viviana Mendoza Cerdán y Roxana Munguía. Me gustaba jugar con el Tente, ese juego al que ahora llaman Lego, armaba romepcabezas, me gustaba ver las noticias y mirar películas mexicanas blanco y negro.
Veinticino años después, ya no utilizo uniforme, soy maestro, tengo pocos amigos, me han cansado los rompecabezas, ya no existen los Tentes, me siguen gustando los noticiarios y ahora hago películas a color. Estoy enamorado, mido un metro ochenta, soy obsesivo con el orden, no bebo alcohol, ni café, ni refrescos, me gustan los periódicos, vivo solo, tomo medicina cuando me levanto y también cuando me duermo, sueño poco, camino mucho, vivo en un cuarto piso, no tengo auto, me gustan los aeropuertos, hablo inglés (más o menos), leo, escribo, tengo cuenta en twitter, facebook, 8 mails, creo en Dios, rezo poco, se bailar, tengo mala memoria y quiero algún día ser reportero de guerra.
El tiempo se fue y el tiempo llega, es el único que se puede llamar eterno, a él no le importan los derrumbes, los cambios, las guerras, es indecente, constante, disciplinado y puntual. Hoy me ha dicho que ya se fueron veinticino años y me pregunta que haré en los próximos que estan por venir, no lo sé, como nunca supe que este día sería lo que ahora soy. Pero quiero imaginarme y por eso escribo, por si algun día vuelvo a leer este texto y me rio de las ilusiones que nunca se cumplieron, tendré cincuenta y seis años, estaré viejo, calvo, gordo, a lo mejor y tengo hijos, con suerte y hasta un nieto, habre viajado, trabajado, amado, llorado, sufrido, reido, gozado, padecido, habré aprendido y seguramente también me habré equivocado. No quiero morirme, quiero que esta vida me deje hacerme viejo, quiero ser testigo, quiero luchar, quiero irme a descansar cuando ya no tenga fuerzas.
Asi fui, asi soy y asi seré (tal vez). Hay cosas que nunca se derrumban, al contrario, crecen hasta que un día dejan de existir, sin que nadie se de cuenta. De la tristeza de aquella mañana con terremoto, hoy pocos se acuerdan, todo lo malo lo destruimos, lo levantamos y nos deshicimos de él. Nuevas construcciones crecieron sobre el escombro, los muertos son solo eso, muertos. Y la vida sigue acompañada por el tiempo, dejemos que pase, que se vaya y en su camino nos deje ser, para que así como hoy, tengamos algo que contarnos.